lunes, 17 de diciembre de 2012

¡Viva la Patria! Badajoz 1811. Parte III

¡Viva la Patria!
Badajoz 1811
                                                                                   Andrés Lloret Vargas 




III


Para nuestra suerte, el 5º Ejército español se encontraba acampado en el otro lado del Guadiana, protegido por el cañón del fuerte de San Cristóbal, unos 10.000 hombres que guardaban Badajoz y su comunicación con Elvas. En mis momentos de descanso, me gustaba subirme al castillo moro, y ver el campamento español en el horizonte, daba mucha confianza. Ese ejército lo mandaba el Teniente General Gabriel de Mendizábal, desde la cercada ciudad nos sentíamos seguros, y los franceses empezarían a tener miedo. Menacho aprovechó para mandarle carta a su mujer que se encontraba en Elvas con sus hijos; yo entregué al emisario su última carta, el 18 de febrero. El día siguiente tuvo lugar un desastre que nos sacudiría de un plumazo las esperanzas de victoria…


No fui testigo de lo que ocurrió, me extrañó que no disparasen con tanto brío a las murallas como en días anteriores, lo achaqué a la niebla que les impedía vernos. Sólo supe por los ruidos de la lejanía y en conversaciones con mi coronel y otros soldados que vieron la batalla. Soult había desplazado la mayoría de sus fuerzas cruzando Guadiana arriba con mucha caballería y artillería volante, salió de entre la niebla cargando con sus columnas de infantería contra la rápidamente formada infantería española; mientras que su superior caballería ponía en fuga a nuestros jinetes. Mendizábal no fortificó su posición, como le recomendó el inglés, los nuestros formaron rápidamente dos grandes cuadros ante el acoso de la caballería, entonces Soult emplazó rápidamente dos cañones tirados por caballos que empezaron a disparar metralla contra las formaciones españolas, segando las filas como guadaña la hierba, fue una masacre, los nuestros aguantaron hasta que los cuadros dejaron de ser tal cosa, y todo se desmoronó. Los franceses iniciaron la persecución de los restos de 5º Ejército, algunas de sus unidades pudieron retirarse sin dar la espalda, en orden, hasta Badajoz, aumentando la guarnición de la plaza y llenando un poco más sus hospitales. La ciudad estaba totalmente rodeada.

Seguía el bombardeo a la ciudad… Las trincheras enemigas zigzagueaban acercándose a la muralla, los teníamos a tiro de fusil. A pesar de nuestros esfuerzos sus cañones no se estaban quietos, y ocasionaban cada vez más daño a la muralla, y destrozos en las viviendas.

Había días en los que disparaban cientos de bombas que ocasionaban destrozos y víctimas entre la población civil. Con esto Soult pretendía amedrentar el ánimo de los defensores más que destrozar las murallas. No obstante, estas empezaban a ser imposibles de reparar, y el enemigo logró abrir una brecha de 30 metros en la cortina que unía los baluartes de Santiago y San Juan, este hecho hacía peligrar la posesión de la plaza.

Así las cosas, me destinaron en el baluarte de Santiago para hacer fuego de fusil desde allí. Muchas veces, situaban sus tiradores en la trinchera más próxima, y nos hostigaban continuamente, con poco efecto, pero era temerario descubrirse por encima de las troneras.
Menacho, alarmado por la brecha, continuaba mandando en persona en las murallas, dando órdenes a jefes y soldados por igual. No tenía ni daba un minuto de descanso, la situación lo exigía. Recorría todos los baluartes y lienzos de muralla de la plaza, con su bastón de mariscal en la mano y las plumas de su bicornio al viento.

En uno de los descansos que otorgaba el bombardeo francés, me encontraba charlando con el mismo subteniente que me ofreció el cigarro aquella noche. Por más que lo intento no puedo recordar su nombre.

 A mediados de febrero, mi coronel me llamó para acompañarle en una reunión de los oficiales de la plaza. Estaban todos reunidos en el despacho de Menacho.
Comenzó el comandante de ingenieros de la ciudad.

 -Caballeros, lamento informarles que el enemigo ha logrado su objetivo, han abierto una brecha practicable en nuestras murallas y nos es imposible repararla. Pueden asaltarla en cualquier momento. En toda la muralla no hay mayores daños, el revellín de esa brecha está intacto, la contraescarpa no ha sido perforada, y sus trincheras no han sobrepasado el glacis. Pero se encuentran en condiciones de invertir a su favor la situación, con Pardaleras ocupado han instalado una batería en él, y nos hace fuego en oblicuo hacia el baluarte de Santiago, es cuestión de tiempo que inutilicen su batería.

El comandante de artillería secundó a su compañero en la exposición del estado de la plaza.

 -Las baterías de los flancos se encuentran operativas, el tiro raso de los cañones de Pardaleras no puede silenciar nuestros cañones; sin embargo sus trincheras están lo suficientemente cerca como para emplazar morteros, es el único método por el que pueden silenciar nuestras piezas.
Posiblemente intenten asaltar la brecha, pero a día de hoy, ese asalto puede ser frustrado

En ese momento, el coronel de mi regimiento expuso su opinión.

 -Señores; la plaza está totalmente segura, es imposible que en las actuales circunstancias asalten la brecha, sería una masacre.

Le cortó de súbito el general Imaz, segundo jefe de la plaza.

 -¿Y si dentro de unas semanas lo intentan? Pueden penetrar dentro de la ciudad, y sólo Dios sabe qué pasará entonces.
Mientras Imaz hablaba, Menacho estaba en silencio, absorto en sus pensamientos y en los mapas; de vez en cuando alzaba la vista para observar la discusión. Todos esperábamos que dijera algo, como así fue.

 -Tarde o temprano destrozarán nuestras baterías, acercarán sus trincheras y nos asaltarán, ellos lo saben, por eso esta mañana he tenido que negarme a recibir a uno de sus emisarios, que pretenden hacernos capitular. Me han llegado informes de otro ejército de socorro para la plaza, los ingleses nos ayudarán, unos 15.000 infantes y 3000 caballos, hay que resistir hasta que lleguen.

Continuó pensativo unos instantes, estaba calculando mentalmente los días de resistencia posibles en el interior de la ciudad si las murallas caían…

 -Quiero que se abran aspilleras en las casas inmediatas a la muralla, si es necesario colocaremos cañones en las calles, hay que levantar barricadas por toda la ciudad; hay que frenarlos en seco en el interior con el fuego de fusil y la metralla del cañón. Calculo al menos tres semanas de resistencia, tiempo suficiente para la llegada del ejército de socorro.
Sus cañones no podrán ayudarles murallas adentro, la lucha será casa por casa, hombre contra hombre…Badajoz no se rendirá…

Una vez más todos nos sentimos llenos de valor para continuar resistiendo, creíamos en la victoria, resistiríamos hasta la llegada del ejército de socorro.

Al llegar aquel día a mi hogar, las mujeres de la casa estaban en el hospital militar ayudando a los heridos. Don Jaime estaba solo frente al fuego, leyendo la gaceta del día. Cansado, me senté a su lado, al calor de la lumbre; tenía mi sable encima de las piernas, la luz de las llamas hacía relucir la funda.
Don Jaime sin levantar la vista de la lectura me dijo.

 -Teniente, ¿recuerda que le dije que sabríamos dar buena cuenta de los franceses como en Zaragoza?

 -Sí

 -Menacho ha ordenado a todos los paisanos capaces que se presenten en la catedral para formar partidas de combatientes que ayuden a la defensa.

Mientras acababa de decir eso se escuchaba de forma lejana el cañón francés, y sus impactos en las casas de la ciudad.

 -Están disparando bala

 -¿Cómo lo sabe teniente?

 -Ahora lo verá

Las campanas de la catedral hicieron un único toque, era la señal para los habitantes de que eran balas y no granadas o bombas lo que se estaba disparando. Se hizo el silencio en la estancia, únicamente interrumpido por el chasquido de la leña.
Continúa la conversación.

 -¿Y se presentará usted Don Jaime?
 -Naturalmente que sí, aún soy útil…y en ese armario hay para armar a unos cuantos. Mañana me tendrá usted en la catedral con mi escopeta y mi canana llena.

Sabía que en la ciudad había muchos como él; hombres sencillos que veían peligrar sus haciendas y vidas, y las de sus seres queridos, y empuñaban las armas para defenderse.

Esto me reconfortaba aún más… defenderíamos Badajoz hasta la muerte, casa por casa o la perderíamos, pero estaba seguro de que ganaríamos la guerra.
Seguía pensando, y en cuanto quise darme cuenta me estaba despertando la pequeña de la familia, me había quedado dormido.
Ya había anochecido y nos dispusimos a cenar. El tema de conversación de aquella velada fue la decisión de Don Jaime de participar en la defensa empuñando las armas.
Las hijas y la mujer no querían, pero el hombre se mantuvo en sus trece, y consideraba eso como un deber, como una cuestión de honor, algo así como una prueba que se le había encomendado y debía cumplir.
Continuaba cansado, participé poco de la conversación, finalmente la mujer se resignó y me dijo que cuidase de él, que no era un hombre de armas, que a lo más que llegaba era a cazar liebres.

 -Se hará lo que se pueda Doña Carmen, se hará lo que se pueda…

Acabamos de cenar y me despedí de aquella familia hasta la mañana siguiente.

Me despertó como siempre el pífano que anunciaba el cambio de guardia, me vestí rápidamente y bajé a comer algo antes de marchar como tantos otros días.

Llegué a mi puesto en el baluarte de Santiago. Los soldados estaban allí limpiando fusiles, cambiando piedras, revisando cartucheras y charlando animosamente.
Me dispuse a ir a una de las troneras para ver la situación del enemigo.
En un acto de temeridad me asomé por una de ellas, sin duda los tiradores enemigos estaban atentos a los baluartes, pude ver las trincheras en diagonal, las baterías enemigas, y en el cerro del viento su campamento. Empecé a pensar que no debía estar ahí, pero era imposible hacer blanco a esa distancia con un fusil.
Pensaba en eso cuando un certero disparo efectuado desde no se sabe dónde me derribó, me impactó en el hombro, destrozando mi charretera. Estuve unos segundos pensando qué había pasado, cuando mis hombres me llevaron inmediatamente al hospital militar.

Mi estancia allí, aunque corta, es uno de los peores recuerdos que tengo. Me postraron en un camastro y me quitaron la casaca. Estuve largo tiempo esperando al cirujano, todo a mí alrededor eran lamentos, quejidos y gritos de dolor, giré la cabeza intentando huir de todo aquel horror y me encontré con el subteniente que me dio el cigarro aquella fría noche. Él también estaba en cama, le habían arrancado la mano en la muralla y le tuvieron que cortar hasta el codo. En un gesto de camaradería que no olvidaré me ofreció un trago de su brandy.

 -Tome teniente, le aliviará el dolor.

Apenas acerté a agradecérselo con un gesto. Mientras trataba de aislarme una vez más de aquella situación.
Llegó el cirujano con un delantal lleno de sangre reseca y me preguntó mientras miraba mi herida:

 -¿Cómo ha sido eso teniente?

 -En el baluarte de Santiago, un tirador con buena puntería, y un oficial despistado.

Mientras esbozaba una sonrisa se limitó a examinar la herida y mientras sacaba su instrumental dijo:

 -Hay que sacar la bala, tiene suerte de que no le haya roto ningún hueso, pero si no se la saco, se infectará, le aparecerán fiebres y se gangrenará, y entonces será peor.

Tragué saliva, era la herida más fuerte que me habían hecho hasta ahora, y no sabía qué pasaría, pero aquel cirujano con aspecto de carnicero era mi única esperanza.

 -No tengo láudano ni nada para calmarle el dolor, lo siento.

Y me colocó un palo en los dientes para morderlo y que no me cortara la lengua.

 -No se preocupe, será rápido.


 

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