¡Viva
la Patria!
Badajoz
1811
Andrés Lloret Vargas
III
Para nuestra suerte, el 5º
Ejército español se encontraba acampado en el otro lado del Guadiana, protegido
por el cañón del fuerte de San Cristóbal, unos 10.000 hombres que guardaban
Badajoz y su comunicación con Elvas. En mis momentos de descanso, me gustaba
subirme al castillo moro, y ver el campamento español en el horizonte, daba
mucha confianza. Ese ejército lo mandaba el Teniente General Gabriel de
Mendizábal, desde la cercada ciudad nos sentíamos seguros, y los franceses
empezarían a tener miedo. Menacho aprovechó para mandarle carta a su mujer que
se encontraba en Elvas con sus hijos; yo entregué al emisario su última carta,
el 18 de febrero. El día siguiente tuvo lugar un desastre que nos sacudiría de
un plumazo las esperanzas de victoria…
No fui testigo de lo que ocurrió, me extrañó que no disparasen con tanto brío a
las murallas como en días anteriores, lo achaqué a la niebla que les impedía
vernos. Sólo supe por los ruidos de la lejanía y en conversaciones con mi
coronel y otros soldados que vieron la batalla. Soult había desplazado la
mayoría de sus fuerzas cruzando Guadiana arriba con mucha caballería y
artillería volante, salió de entre la niebla cargando con sus columnas de
infantería contra la rápidamente formada infantería española; mientras que su
superior caballería ponía en fuga a nuestros jinetes. Mendizábal no fortificó
su posición, como le recomendó el inglés, los nuestros formaron rápidamente dos
grandes cuadros ante el acoso de la caballería, entonces Soult emplazó
rápidamente dos cañones tirados por caballos que empezaron a disparar metralla
contra las formaciones españolas, segando las filas como guadaña la hierba, fue
una masacre, los nuestros aguantaron hasta que los cuadros dejaron de ser tal
cosa, y todo se desmoronó. Los franceses iniciaron la persecución de los restos
de 5º Ejército, algunas de sus unidades pudieron retirarse sin dar la espalda,
en orden, hasta Badajoz, aumentando la guarnición de la plaza y llenando un
poco más sus hospitales. La ciudad estaba totalmente rodeada.
Seguía
el bombardeo a la ciudad… Las trincheras enemigas zigzagueaban acercándose a la
muralla, los teníamos a tiro de fusil. A pesar de nuestros esfuerzos sus
cañones no se estaban quietos, y ocasionaban cada vez más daño a la muralla, y
destrozos en las viviendas.
Había
días en los que disparaban cientos de bombas que ocasionaban destrozos y
víctimas entre la población civil. Con esto Soult pretendía amedrentar el ánimo
de los defensores más que destrozar las murallas. No obstante, estas empezaban
a ser imposibles de reparar, y el enemigo logró abrir una brecha de 30 metros en la cortina
que unía los baluartes de Santiago y San Juan, este hecho hacía peligrar la
posesión de la plaza.
Así las
cosas, me destinaron en el baluarte de Santiago para hacer fuego de fusil desde
allí. Muchas veces, situaban sus tiradores en la trinchera más próxima, y nos
hostigaban continuamente, con poco efecto, pero era temerario descubrirse por
encima de las troneras.
Menacho,
alarmado por la brecha, continuaba mandando en persona en las murallas, dando
órdenes a jefes y soldados por igual. No tenía ni daba un minuto de descanso,
la situación lo exigía. Recorría todos los baluartes y lienzos de muralla de la
plaza, con su bastón de mariscal en la mano y las plumas de su bicornio al
viento.
En uno
de los descansos que otorgaba el bombardeo francés, me encontraba charlando con
el mismo subteniente que me ofreció el cigarro aquella noche. Por más que lo
intento no puedo recordar su nombre.
A mediados de febrero, mi coronel me llamó
para acompañarle en una reunión de los oficiales de la plaza. Estaban todos
reunidos en el despacho de Menacho.
Comenzó
el comandante de ingenieros de la ciudad.
-Caballeros, lamento informarles que el
enemigo ha logrado su objetivo, han abierto una brecha practicable en nuestras
murallas y nos es imposible repararla. Pueden asaltarla en cualquier momento.
En toda la muralla no hay mayores daños, el revellín de esa brecha está
intacto, la contraescarpa no ha sido perforada, y sus trincheras no han
sobrepasado el glacis. Pero se encuentran en condiciones de invertir a su favor
la situación, con Pardaleras ocupado han instalado una batería en él, y nos
hace fuego en oblicuo hacia el baluarte de Santiago, es cuestión de tiempo que
inutilicen su batería.
El
comandante de artillería secundó a su compañero en la exposición del estado de
la plaza.
-Las baterías de los flancos se encuentran
operativas, el tiro raso de los cañones de Pardaleras no puede silenciar
nuestros cañones; sin embargo sus trincheras están lo suficientemente cerca
como para emplazar morteros, es el único método por el que pueden silenciar
nuestras piezas.
Posiblemente
intenten asaltar la brecha, pero a día de hoy, ese asalto puede ser frustrado
En ese
momento, el coronel de mi regimiento expuso su opinión.
-Señores; la plaza está totalmente segura, es
imposible que en las actuales circunstancias asalten la brecha, sería una
masacre.
Le
cortó de súbito el general Imaz, segundo jefe de la plaza.
-¿Y si dentro de unas semanas lo intentan?
Pueden penetrar dentro de la ciudad, y sólo Dios sabe qué pasará entonces.
Mientras
Imaz hablaba, Menacho estaba en silencio, absorto en sus pensamientos y en los
mapas; de vez en cuando alzaba la vista para observar la discusión. Todos
esperábamos que dijera algo, como así fue.
-Tarde o temprano destrozarán nuestras
baterías, acercarán sus trincheras y nos asaltarán, ellos lo saben, por eso
esta mañana he tenido que negarme a recibir a uno de sus emisarios, que
pretenden hacernos capitular. Me han llegado informes de otro ejército de
socorro para la plaza, los ingleses nos ayudarán, unos 15.000 infantes y 3000
caballos, hay que resistir hasta que lleguen.
Continuó
pensativo unos instantes, estaba calculando mentalmente los días de resistencia
posibles en el interior de la ciudad si las murallas caían…
-Quiero que se abran aspilleras en las casas
inmediatas a la muralla, si es necesario colocaremos cañones en las calles, hay
que levantar barricadas por toda la ciudad; hay que frenarlos en seco en el
interior con el fuego de fusil y la metralla del cañón. Calculo al menos tres
semanas de resistencia, tiempo suficiente para la llegada del ejército de
socorro.
Sus
cañones no podrán ayudarles murallas adentro, la lucha será casa por casa,
hombre contra hombre…Badajoz no se rendirá…
Una vez
más todos nos sentimos llenos de valor para continuar resistiendo, creíamos en
la victoria, resistiríamos hasta la llegada del ejército de socorro.
Al
llegar aquel día a mi hogar, las mujeres de la casa estaban en el hospital
militar ayudando a los heridos. Don Jaime estaba solo frente al fuego, leyendo
la gaceta del día. Cansado, me senté a su lado, al calor de la lumbre; tenía mi
sable encima de las piernas, la luz de las llamas hacía relucir la funda.
Don
Jaime sin levantar la vista de la lectura me dijo.
-Teniente, ¿recuerda que le dije que sabríamos
dar buena cuenta de los franceses como en Zaragoza?
-Sí
-Menacho ha ordenado a todos los paisanos
capaces que se presenten en la catedral para formar partidas de combatientes
que ayuden a la defensa.
Mientras
acababa de decir eso se escuchaba de forma lejana el cañón francés, y sus
impactos en las casas de la ciudad.
-Están disparando bala
-¿Cómo lo sabe teniente?
-Ahora lo verá
Las
campanas de la catedral hicieron un único toque, era la señal para los
habitantes de que eran balas y no granadas o bombas lo que se estaba
disparando. Se hizo el silencio en la estancia, únicamente interrumpido por el
chasquido de la leña.
Continúa
la conversación.
-¿Y se presentará usted Don Jaime?
-Naturalmente que sí, aún soy útil…y en ese
armario hay para armar a unos cuantos. Mañana me tendrá usted en la catedral
con mi escopeta y mi canana llena.
Sabía
que en la ciudad había muchos como él; hombres sencillos que veían peligrar sus
haciendas y vidas, y las de sus seres queridos, y empuñaban las armas para
defenderse.
Esto me
reconfortaba aún más… defenderíamos Badajoz hasta la muerte, casa por casa o la
perderíamos, pero estaba seguro de que ganaríamos la guerra.
Seguía
pensando, y en cuanto quise darme cuenta me estaba despertando la pequeña de la
familia, me había quedado dormido.
Ya
había anochecido y nos dispusimos a cenar. El tema de conversación de aquella
velada fue la decisión de Don Jaime de participar en la defensa empuñando las
armas.
Las
hijas y la mujer no querían, pero el hombre se mantuvo en sus trece, y consideraba
eso como un deber, como una cuestión de honor, algo así como una prueba que se
le había encomendado y debía cumplir.
Continuaba
cansado, participé poco de la conversación, finalmente la mujer se resignó y me
dijo que cuidase de él, que no era un hombre de armas, que a lo más que llegaba
era a cazar liebres.
-Se hará lo que se pueda Doña Carmen, se hará
lo que se pueda…
Acabamos
de cenar y me despedí de aquella familia hasta la mañana siguiente.
Me
despertó como siempre el pífano que anunciaba el cambio de guardia, me vestí
rápidamente y bajé a comer algo antes de marchar como tantos otros días.
Llegué
a mi puesto en el baluarte de Santiago. Los soldados estaban allí limpiando
fusiles, cambiando piedras, revisando cartucheras y charlando animosamente.
Me
dispuse a ir a una de las troneras para ver la situación del enemigo.
En un
acto de temeridad me asomé por una de ellas, sin duda los tiradores enemigos
estaban atentos a los baluartes, pude ver las trincheras en diagonal, las
baterías enemigas, y en el cerro del viento su campamento. Empecé a pensar que
no debía estar ahí, pero era imposible hacer blanco a esa distancia con un
fusil.
Pensaba
en eso cuando un certero disparo efectuado desde no se sabe dónde me derribó,
me impactó en el hombro, destrozando mi charretera. Estuve unos segundos
pensando qué había pasado, cuando mis hombres me llevaron inmediatamente al
hospital militar.
Mi
estancia allí, aunque corta, es uno de los peores recuerdos que tengo. Me
postraron en un camastro y me quitaron la casaca. Estuve largo tiempo esperando
al cirujano, todo a mí alrededor eran lamentos, quejidos y gritos de dolor,
giré la cabeza intentando huir de todo aquel horror y me encontré con el
subteniente que me dio el cigarro aquella fría noche. Él también estaba en
cama, le habían arrancado la mano en la muralla y le tuvieron que cortar hasta
el codo. En un gesto de camaradería que no olvidaré me ofreció un trago de su
brandy.
-Tome teniente, le aliviará el dolor.
Apenas
acerté a agradecérselo con un gesto. Mientras trataba de aislarme una vez más
de aquella situación.
Llegó
el cirujano con un delantal lleno de sangre reseca y me preguntó mientras
miraba mi herida:
-¿Cómo ha sido eso teniente?
-En el baluarte de Santiago, un tirador con
buena puntería, y un oficial despistado.
Mientras
esbozaba una sonrisa se limitó a examinar la herida y mientras sacaba su
instrumental dijo:
-Hay que sacar la bala, tiene suerte de que no
le haya roto ningún hueso, pero si no se la saco, se infectará, le aparecerán
fiebres y se gangrenará, y entonces será peor.
Tragué
saliva, era la herida más fuerte que me habían hecho hasta ahora, y no sabía
qué pasaría, pero aquel cirujano con aspecto de carnicero era mi única
esperanza.
-No tengo láudano ni nada para calmarle el
dolor, lo siento.
Y me
colocó un palo en los dientes para morderlo y que no me cortara la lengua.
-No se preocupe, será rápido.
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