jueves, 6 de diciembre de 2012

¡Viva la Patria! Badajoz 1811

Hoy comenzamos con un excepcional relato de Joel Andrés Lloret Vargas sobre el sitio al que se vió sometida Badajoz por los franceses en 1811. Escrito en primera persona nos hará vivir los acontecimientos  de una manera diferente y se irá publicando por capítulos.
Este relato fue merecedor del primer premio en el apartado de premios literarios concedidos a jóvenes menores de 25 años por  la Asociación Cultural Los Sitios de Zaragoza en 2011.




¡Viva la Patria!
Badajoz 1811
Andrés Lloret Vargas


I


Eran las dos de la madrugada, habíamos caminado varias leguas hasta ver los muros de la Alcazaba, nuestros pies flaqueaban, pero habíamos llegado a Badajoz. Aún recuerdo la cara de RafaelMenacho, pálido por la pérdida de sangre del combate anterior, exhausto, pero con un brillo en sus ojos que animaba a seguir; estaba herido en un muslo, tenía la pierna llena de sangre y cojeaba un poco, sin embargo se negó a ser auxiliado.
Aquel hombre de 43 años había logrado zafarse de un cerco francés en Salvatierra y entrar en otro, el de Badajoz, de madrugada y sin que los franceses se percatasen. Con arrestos, mucho oficio, y la Virgen de la Soledad mirándonos con cariño. Posteriormente, al ver que había nuevos efectivos en la ciudad levantaron el asedio y huyeron Guadiana abajo.

A principios de enero de 1811 estábamos en Badajoz, acabando de poner la ciudad en el mejor estado de defensa; reforzando baluartes, ampliando los terraplenes de los glacis para proteger la muralla, cavando trincheras e intentando reunir la mayor cantidad de víveres y munición que podíamos; sabíamos que tarde o temprano vendrían los gabachos a por la ciudad, era la mejor plaza fortificada de todo el Oeste, la cuña que se interponía entre Soult en Sevilla, y Masséna, en Portugal.
Como joven oficial, era el encargado de controlar la entrada y salida de la ciudad por la Puerta del Pilar, para ello me dieron el mando de una pequeña tropa compuesta por un Sargento y diez soldados bisoños. Nuestro cometido simplemente era el vigilar la entrada haciendo recuento de las mercancías que entraban y salían, y dar parte de ello.

 Ante las noticias del asedio e inminente caída de Olivenza, Menacho había ordenado que toda la población incapaz de ser útil a la defensa debía refugiarse en Elvas. Todos aquellos que no podían sostener un fusil ni hacer vendas y tratar a heridos fueron evacuados a través del puente de Palmas y veíamos como se alejaban hasta perderlos de vista, no obstante continuaban llegando gentes que huían del ejército francés.
Por la puerta del Pilar pasaban todas aquellas gentes que llevando lo poco que podían tener a cuestas o en bestias y carros, llegaban por decenas, por cientos. Ante esta situación nuestro coronel pidió órdenes al comandante de la plaza, pues no sabíamos si podíamos dejarlos entrar. La respuesta fue rápida. Los dejamos entrar a todos.

Esperábamos los envíos prometidos de trigo para la guarnición, pues el pan era la prioridad en vistas del sitio; nos habíamos librado del arduo trabajo de fortificación, pero lo cambiamos por el de casi escribano; mi pequeña tropa no paraba de recordarlo.

  -Señor, demos gracias de que no estamos pala en mano, esta tarea es para niños.
  -¿Y que sois vosotros mozalbetes? Si ninguno pasáis de 16 años. Sargento, pare ese  carro, vosotros dos, registradlo.
  -Sí señor.

Y en esas estábamos cuando nos llegó un soldado en burro, herido y magullado, juraría que era del regimiento de Trujillo, afirmando que Olivenza había caído. Esto significaba que los franceses se dirigían a Badajoz, rápidamente me dirigí al fuerte de Pardaleras y desde sus baluartes con mi catalejo pude ver en el horizonte una nube humo, era Olivenza. El enemigo no esperaría, y pronto nos las veríamos con su avanzadilla de caballería. Rápidamente fui a informar a Menacho, comandante de la ciudad, que en esos momentos se encontraba en una reunión con el Estado Mayor de la plaza, estaba rodeado de altos oficiales y concentrado en unos mapas donde figuraba la disposición de nuestras defensas, señalando con insistencia y preocupación el Fuerte de Pardaleras y sus flancos, me cuadré delante de él, el sonido del taconazo de mis botas, le hizo percatarse de mi presencia y alzó la vista; aún conservaba aquella mirada de cuando logró introducirnos en Badajoz de madrugada, una mirada que inspiraba seguridad y vitalidad.

  -¿Si teniente?
  -Mi general, Olivenza ha caído, los franceses pueden atacarnos a voluntad.


Los oficiales presentes en la estancia se miraron unos a otros con rostro turbado; Menacho, sin dejar de mirarme, se limitó a decir:

-Bien, caballeros, este es el momento que hemos aguardado durante meses, nuestra patria es ahora Badajoz, y perderemos la vida antes que la plaza… ya conocen sus órdenes, diríjanse a sus posiciones. Usted, coronel, salga con las guerrillas y den buena cuenta de las avanzadillas que nos manden, quiero los cañones de la plaza disparando al menor acercamiento.

Después de esto, los oficiales presentes se cuadraron y abandonaron la sala a toda prisa, acto seguido agarró su espada, se caló el bicornio del que hondeaban plumas escarlata y se dirigió a toda velocidad hacia la puerta de la sala.

  -Teniente, coja los mapas y sígame.
  -A la orden.

Mientras caminábamos con prisa por las calles de Badajoz hacia las murallas, las gentes nos miraban con preocupación pero a la vez con confianza y optimismo, ya conocían a Menacho y su espíritu de superación y resistencia, ya lo habían visto animar a civiles y militares durante el refuerzo de la muralla, llegando incluso a tomar una pala en más de una ocasión. Durante el cambio de un cañón en uno de los baluartes hay gente que afirma haberlo visto ayudar a levantar el pesado tubo de hierro con sus manos; ese tipo de detalles, nada frecuentes en los altos oficiales le hicieron ganarse el favor de los pacenses, que se sentían seguros con él.

Al llegar al baluarte de San Roque dejé los mapas encima de una mesa que tenían allí los artilleros mientras Menacho se dirigía hacia una de las cañoneras catalejo en mano.
Al cabo de un rato llegaron al lugar Albo y Camaño, comandantes de ingenieros y artillería respectivamente y la el resto de la plana mayor, quienes informaron del estado de las defensas de la plaza. Mientras ellos conversaban yo me dirigía al borde del baluarte y saqué mi catalejo, ya no había nube de polvo, nuestras guerrillas de tiradores y el cañón de la plaza los había alejado, pero aún podían escucharse disparos al otro lado del Guadiana. El Sol se pondría en unas horas, mañana, o dentro de unos días estarían ante las murallas de nuevo; y pensaba, pensaba en todo ¿lograríamos resistir?, ¿durante cuánto tiempo?, ¿sobreviviremos a todo esto? Estaba absorto en mis pensamientos cuando sonó el pífano que indicaba el cambio de guardia en el baluarte, abandoné el lugar y me fui a descansar. La suerte estaba echada, habíamos preparado la ciudad para esto desde hacía meses, teníamos a más de 5.000 hombres, las mejores murallas, el apoyo incondicional de toda la población y al General Menacho que sin duda elevaba la moral de todos.
Recuerdo que a la mañana siguiente todo seguía tranquilo, nuestro Coronel nos hizo formar fuera de las murallas. Al poco vino nuestro general con las órdenes.

-Soldados, la plaza necesita granos; nos han avisado de que en un molino hay varias fanegas de trigo abandonadas por sus propietarios durante la huída. Hay que recuperarlas. Es posible que nos encontremos con las avanzadillas francesas, nuestras brigadas de caballería las han alejado, pero no sabemos dónde para su infantería, municionad a la tropa, llevaremos carros y acémilas, partimos inmediatamente.

Tras horas de marcha llegamos al molino. No había nadie, todo estaba desordenado, sin duda sus habitantes habían huido con lo poco que tenían a toda prisa.
Nuestro coronel fue tajante:

 -No perdáis más tiempo, id al granero y llevaos todo el trigo que encontréis. No sabemos por dónde paran los enemigos…

Logramos cargar todos los sacos que encontramos, cuando di orden a un soldado de ir a asegurarse de ello. El hombre se alejó corriendo al granero, apenas había traspasado la esquina del molino cuando recibió un tiro en la cabeza, cayó muerto al suelo.
Con espanto por los sesos desparramados de aquel hombre apenas acerté a gritar.

 -¡A las armas! ¡En guerrilla! ¡Rápido!

Uno de mis sargentos preguntó apretando los dientes:

 -¿No se suponía que no había aún franceses?
 -Se suponía que los habíamos alejado ¡agáchate! esto tiene que estar lleno de tiradores.

Nos estaban lanzando un fuego graneado desde los olivares que rodeaban el molino por el Sur, nosotros, combatiendo dispersos como ellos, les respondíamos. Disparábamos a la humareda de sus fusiles, aún no habíamos visto sus chacos.

Su fuego seguía cuando nuestro coronel dio orden de salir de allí. A mis hombres y a mí nos encargó guardar el molino por un tiempo, para que los enemigos no nos siguiesen.
Parece ser que desistieron de tomar por la fuerza el molino y se retiraron tras una media hora de tiroteo. Evacuamos a los heridos y marchamos a Badajoz.

Llegué a la casa que me habían asignado, estaba cerca de la iglesia de la Concepción, sus propietarios se habían prestado voluntariamente para acoger a oficiales durante la defensa de la plaza; llamé a la puerta de madera y me abrió la señora de la casa, que como de costumbre tenía un rosario en sus manos. Entré y me descubrí.

  -Buenas noches Doña Carmen.
  -Buenas noches, ¿cómo ha ido la jornada? Os noto poco sereno.
  -Sin duda sois observadora, os lo explicaré, pero ahora cenemos.

Aquellas gentes a las que meses atrás no conocía eran ahora mi familia, eran un matrimonio con dos hijas. Estábamos todos reunidos en la mesa, a la luz de un buen fuego y con comida caliente; era enero y eso se agradecía. Entonces el padre comenzó a preguntarme:

  -¿Qué ha hecho hoy teniente? Le noto cansado.
  -Lo que hemos podido Don Jaime…

Las hijas me miraban fijamente, deberían de tener 17 ó 18 años, la piel blanca, ojos marrones, mejillas sonrosadas y pelo azabache, eran francamente hermosas. Cuando de repente la mayor me pregunta:

  -Se rumorea por la ciudad que los franceses están al llegar, ¿es cierto?
  -Así es Rosa, hoy ha legado un emisario, probablemente mañana estarán aquí.
  -¿Cree que podremos resistir teniente?
  -Sin duda Don Jaime, Badajoz no es Olivenza, no podrán tomar esta plaza tan rápidamente. No obstante y por su seguridad, sería mejor que su familia abandonase la ciudad.
  -¿Cómo? ¡Ni pensarlo! Nos quedaremos, ¿cree usted que no conozco las historias de Zaragoza? Aún podemos ser útiles aquí…
  -Como prefiera usted.
  -Además, ya sabe que podemos recibir bien a esos gabachos…

Decía esto mientras señalaba un armario en el que guardaba sus armas de caza, no pude sino esbozar una sonrisa.
Acabamos de cenar,  les di las buenas noches y me retiré a mis aposentos en el piso superior, dejé el sable apoyado en la silla, colgué el bicornio, me saqué las botas y me recosté en la cama. Continuaba con mis pensamientos en el lecho hasta que me quedé dormido.
Me despertó como siempre el pífano que anunciaba cambio de guardia. Me asomé al balcón, la ciudad rebosaba vida, como siempre; sólo que esta vez había mas tránsito de soldados de un lado a otro, de repente Rosa abre la puerta de la habitación y me dice con una sonrisa.

  -Buenos días soldadito.
  -Buenos días mujercita.
  -Ya puedes bajar a desayunar.

Me vestí rápidamente, agarré mi sable y bajé a comer algo. Me despedí de aquella familia y fui a la puerta del Pilar como de costumbre. Al llegar, mi pequeña tropa bisoña ya estaba allí. Al poco de llegar avistaron un jinete con una bandera blanca acercándose, llevaba una casaca verde, yelmo brillante del que ondeaban crines de caballo, se trataba de un dragón francés. Formé a mi pequeña tropa fuera de la puerta y me dispuse a darle el alto, aquel gabacho paró su caballo y desmontó, se acercó a mí entre el tintineo de su sable, me saludó militarmente y me dijo con notable acento:

  -¿Quién ser mando en Badajoz? Debo entregar carta de Soult.
  -El Mariscal Menacho, ya le he mandado llamar.

En ese momento apareció él con un pequeño séquito de altos oficiales, el francés y yo nos cuadramos, y este inclinando levemente la cabeza le ofreció una carta.

  -De le Màrechal Soult

 Menacho la cogió, después de leerla durante unos instantes, nos miró fijamente y se dirigió a la pequeña mesa que teníamos para apuntar los bagajes que pasaban por la puerta del Pilar; se inclinó en ella, tomó pluma y papel y comenzó a escribir. Acabó pronto y acto seguido se dirigió de nuevo al francés mientras doblaba la hoja.

  -Tened, esta es la respuesta de Badajoz y de su comandante para los enemigos de la Patria, llevádsela a vuestro general.

El francés le miró desafiante e incrédulo unos instantes, seguramente estaría pensando en Zaragoza y Gerona, finalmente cogió la carta, se montó en su caballo y saludó para salir de allí al trote.

El general y todos los mandos presentes abandonaron la puerta. Mi pequeña tropa me miraba en silencio.

  -¿Qué va a pasar ahora teniente?
  - Eso pronto lo sabremos mozalbetes.

Transcurrió el resto de la mañana con la habitual rutina, pero cada hora se me tornaba una eternidad, ardía en deseos de ver que estaba pasando, por lo que me tomé la libertad de relegar el mando en el sargento y dirigirme hacia el fuerte de Pardaleras. Allí me encontré con gran cantidad de artilleros y con los mismos altos oficiales de esta mañana, cada uno con su catalejo oteando el cerro de Reyes y las filas de casacas azules que comenzaban a aparecer lentamente. Menacho estaba allí, señalando aquella loma y el espacio hasta el Guadiana.

  -Señores, el enemigo está en una posición favorable, pero muy distante para atacar. No debemos preocuparnos por el cerro de reyes, pero sí de las trincheras que de el salgan. Para poder entrar en Badajoz necesitan emplazar cerca sus cañones y destrozar nuestras murallas con ellos ¿qué opina usted Camaño?
  -Si pretenden abrir brecha deben emplazar sus cañones a unos mil quinientos metros; a más de esa distancia no tendrían potencia suficiente para destruir los muros, y a esa distancia, están a tiro de nuestro baluartes. Nuestros cañones son de a 24 libras, los suyos posiblemente serán piezas de campaña de a 12.

Con la respuesta del comandante de artillería de la plaza los allí presentes nos miramos seguros.

  -Cierto. Por ello hay que evitar que emplacen esa artillería, hay que atacar las trincheras que abran y destruir esos cañones con apoyo de nuestras baterías desde la muralla; para ello, la posesión de este fuerte es vital ¿lo han entendido? El fuerte de Pardaleras no debe caer.

Mientras el Mariscal discutía con sus oficiales yo, catalejo en mano, oteaba la llanura que se extendía al lado del Guadiana. Cual fue mi sorpresa, había gran cantidad de franceses, que empezaban a abrir una trinchera fuera de nuestro alcance.

  -¡Mi general! ¡Allí! ¡Mirad al lado del río!

En ese momento todos los allí presentes apuntaron sus catalejos y vieron que el sitio ya había comenzado, el enemigo cavaba una trinchera que se dirigía hacia las murallas en diagonal. Entonces, Menacho se mantuvo pensativo unos instantes.

  - Suponía que no tendrían agallas a lanzarse a traición con escalas, están dispuestos a que esto les lleve meses. El enemigo atacará nuestros baluartes a cañonazos e intentará cavar trincheras para poder acercarse y asaltarnos sin ser dañado…quizá abran minas, hay que evitar que lo consigan. Nuestras murallas son muy sólidas, pero hay que luchar fuera de ellas mientras podamos. Coronel, reúna a sus hombres, puede que ahora sea suficiente con cuatro batallones. A mi orden, ataque y destruya la trinchera. Dos escuadrones de caballería saldrán de la puerta de Palmas y le apoyarán.

El oficial se cuadró y se dispuso a obedecer las órdenes. En cuestión de minutos empezaron a desembocar cientos de hombres por la puerta del Pilar, y se formaron en las plazas de armas del camino cubierto, rápidamente las órdenes de Menacho se cumplieron. Desde lo alto del fuerte se sacó su bicornio con plumas escarlatas y lo movió hacia delante, dando orden de atacar

 -¡Adelante regimiento del Príncipe, a por ellos!

Los oficiales desenvainaron sus sables y dieron la orden de avance, empezó a sonar el toque de carga, aquella marea de hombres se alejaba a la carrera por momentos. No faltó tiempo hasta oír las primeras descargas de fusilería, después, el asalto a las posiciones francesas. Gran cantidad de ingenieros y trabajadores franceses huyeron de la trinchera, y fueron alcanzados por la caballería, provocando una masacre, los nuestros se retiraron rápidamente ante el previsible contraataque francés.
Menacho estuvo controlando toda la operación desde Pardaleras, apartó por un momento el catalejo de su ojo, y señalando aquella escaramuza dijo:

  -Caballeros, esta operación debe llevarse a cabo todos los días sin descanso, hay que salir y batirlos fuera para poder destruir las trincheras y sus cañones. Debemos proteger en lo posible las murallas.

Y siguiendo las órdenes del comandante de la plaza esas operaciones se llevaron a cabo cada día desde el inicio del sitio, en cada salida se turnaban los regimientos que guarnecían la plaza; hasta que un día le tocó al mío…






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