¡Viva
la Patria!
Badajoz
1811
Andrés Lloret Vargas
V
El día
siguiente es un día que recordaré siempre, 4 de marzo de 1811.
Como
cada mañana había desayunado en mi casa de acogida y me había presentado
temprano en mi puesto del baluarte de Santiago. Se veía mucho movimiento en el
interior de la ciudad.
Pregunté
a mi coronel qué estaba pasando, y me respondió que se había ordenado otra
salida, pero esta vez con todas las compañías de granaderos disponibles de la
plaza.
-¿Granaderos?
-Así es teniente, Menacho quiere darles un
golpe que no olvidarán.
Empezaron
a desembocar cientos de soldados de la puerta del Pilar, la flor y nata de la
guarnición.
En ese
momento apareció nuestro general, cojeando, apoyado en su sargento de
ordenanzas.
-Caballeros…hoy vamos a enseñarles a nuestros
enemigos de lo que es capaz la infantería española. Lo haremos como siempre,
los cañones de los baluartes empezarán primero y darán la señal para el ataque
de la infantería.
Se
alejó de su sargento, y caminó unos pasos, desenvainó su sable.
-¡Soldados, este será el día en que los
esclavos del tirano se arrepentirán de haber pisado nuestra patria, ahora
comprobarán de qué estamos hechos! ¡Fuego a discreción!
Los
jefes de batería y los de las compañías de fusiles apostadas en el baluarte
repitieron la orden, en segundos, lanzamos una lluvia de destrucción a las
trincheras enemigas en forma de metralla y fusilería; los demás baluartes
hacían lo mismo, entonces, una marea de hombres emergió del foso de la
fortaleza, y avanzó por el glacis asaltando a la bayoneta la primera trinchera,
entre los estampidos de nuestros cañones apenas se podía escuchar el fragor del
combate de ahí abajo.
Menacho
seguía de pie, sable en mano arengándonos continuamente.
-¡Vamos caballeros, que no asomen la cabeza
por la trinchera, hay que apoyar a los valientes de ahí abajo! ¡Fuego!
Aquella
marea multicolor, pues la formaban granaderos de todos los regimientos de la
plaza se alejó a paso de carga, banderas con la cruz de San Andrés al viento,
gritando vivas a España y al comandante de la plaza. Asaltaron la siguiente
trinchera sin disparar un solo tiro y en cuestión de minutos la habían
sobrepasado. Tenían una batería de sitio francesa justo enfrente que ya había
empezado a disparar, pero como no tenía botes de metralla, las balas causaban
claros en la formación de aquellos valientes que cargaron de nuevo contra esos
cañones, nos faltó tiempo para ver con los catalejos la cruz de San Andrés
ondeando en la fortificación francesa. No contentos con la hazaña, clavaron los
cañones y se dirigieron a por la segunda paralela francesa. Una tercera carga,
los franceses estaban ya precavidos y empezaron a disparar desde la trinchera,
pudimos ver como los nuestros les respondieron con una furiosa descarga y
arrojaron sus granadas al interior de la paralela…
-Es un milagro.
Dijo
Menacho apartando el catalejo de su cara y señalando la acción. Una gran
explosión elevó escombros y restos de soldados enemigos.
-¡Han destruido uno de sus polvorines!
Después de eso, los valientes
granaderos formaron y regresaron en orden hasta la plaza ante la gran
concentración de tropas francesas para el contraataque.
Los baluartes se llenaron de
vítores a los héroes, volaron bicornios, se lanzaban continuos vivas a España y
a la infantería.
Menacho se asomó por una de las
troneras para felicitar a los granaderos por su exitosa salida. Entonces
escuché unos estampidos en la lejanía, no provenían de Pardaleras, tampoco de
la batería recién destruida, provenían de un tramo de la segunda paralela.
Ese estampido en la lejanía,
después el silbar de muchas balas, era metralla disparada por una batería que
seguía intacta y había respondido rápido.
-¡Al suelo!
Yo pude cubrirme a tiempo, cuando
aquel montón de balas llegaron a la muralla rebotando en troneras y cañones y
generando el caos, llevándose a algunos soldados por delante. Cuando
desapareció el humo puede ver una escena que me horrorizó.
Menacho estaba de pié, en una de
las troneras, se estaba empezando a tambalear, fui capaz de levantarme y evitar
que se cayese, pero le fallaron las piernas y tuve que dejarlo en el suelo,
puse su cabeza en mis rodillas.
-¡Mi general! ¡Mi general!
Todos
los presentes en el baluarte miraban la escena con cara de horror, muchos se
pusieron a rezar, otros corrieron a llamar a los cirujanos, otros se acercaron.
Empezó
a escupir sangre, una esquirla de metralla le había penetrado por los vacíos
del costado derecho, y manaba abundante sangre.
-Parece que hasta aquí hemos llegado
-No, mi general, ¡aguante!
-Sólo lamento una cosa… no ser más útil a mi
patria.
Estuvo
hablando como unos quince minutos…
-No rindáis Badajoz, vendrá el ejército de socorro
y mandaremos a los perros del tirano de vuelta a Sevilla… decidle a mi mujer
que la amo, y a mis hijos también, decidle, yo muero sobre estos muros, esta es
mi suerte, pero la suya y la de mis hijos siempre será venturosa… aquélla es,
dirán, la viuda y esos son los hijos de Rafael Menacho…
Comenzaba
a atragantarse con su propia sangre hasta que finalmente dejó de hablar, su
cuerpo no resistió más, y su alma fue a reunirse con Dios.
Un
silencio que aún recuerdo se cernió sobre la ciudad, hombres que habían estado
en la campaña del Rosellón, que habían participado en el sitio de Zaragoza, que
habían estado en Talavera y Uclés… lloraron y padecieron la muerte de Menacho
como la de algo más que un jefe.
Tal
cual murió al pie del cañón lo llevaron a la Catedral donde lo dejaron
para que lo velase la población, el estremecimiento cuando lo portábamos hasta
allí fue total, la gente lloraba por aquel hombre que nos había inculcado la
vitalidad y el deber de resistir al invasor como nadie
Recibió cristiana sepultura en la
catedral, en un lugar secreto para evitar su profanación en caso de que la
ciudad cayese.
La siguiente reunión de oficiales
y jefes de la plaza fue uno de los episodios más vergonzosos que
recuerdo…muchos que habrían seguido a Menacho hasta el cementerio corrieron a
dar la razón a Imaz, que era ahora máximo responsable de la plaza. La mayoría
opinaba en un gesto de traición incomparable al propio honor y dignidad que era
mejor capitular. Unas pocas voces como la del general Juan José García se
negaban a la capitulación, y menos en el estado de la plaza.
-¡Defendamos Badajoz hasta perder la vida!
Fue la
única voz digna que escuché en aquella reunión, no pude más y salí fuera de la
sala…
Todo el
sacrificio, toda la sangre derramada por la propia libertad… carecía de
importancia, lo más grave de todo esto es que todos sabíamos de la preocupación
que Imaz tenía en ofrecer a los franceses la ciudad en bandeja para intentar
ganarse un futuro colaboracionista.
Aún
quedaba el episodio más vergonzoso.
Se
firmó la capitulación, y Soult, en señal de respeto por tan heroica defensa
dejó salir de la ciudad a varias compañías de granaderos por la brecha abierta,
dejando todas las armas a 200 pasos de los glacis.
Así
cayó Badajoz, traicionada por sus propios defensores, que no tuvieron los
arrestos de Menacho de continuar con la defensa.
Me
hicieron prisionero como a los 7.000 hombres que quedaban de guarnición, y me
intentaron llevar a Sevilla, me liberaron las guerrillas… pero eso, es otra
historia.
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