Este relato fue merecedor del primer premio en el apartado de premios literarios concedidos a jóvenes menores de 25 años por la Asociación Cultural Los Sitios de Zaragoza en 2011.
¡Viva
la Patria!
Badajoz
1811
Andrés Lloret Vargas
I
Eran las dos de la madrugada,
habíamos caminado varias leguas hasta ver los muros de la Alcazaba, nuestros pies
flaqueaban, pero habíamos llegado a Badajoz. Aún recuerdo la cara de RafaelMenacho,
pálido por la pérdida de sangre del combate anterior, exhausto, pero con un
brillo en sus ojos que animaba a seguir; estaba herido en un muslo, tenía la
pierna llena de sangre y cojeaba un poco, sin embargo se negó a ser auxiliado.
Aquel hombre de 43 años había
logrado zafarse de un cerco francés en Salvatierra y entrar en otro, el de Badajoz,
de madrugada y sin que los franceses se percatasen. Con arrestos, mucho oficio,
y la Virgen de
la Soledad
mirándonos con cariño. Posteriormente, al ver que había nuevos efectivos en la
ciudad levantaron el asedio y huyeron Guadiana abajo.
A principios de enero de 1811 estábamos en Badajoz, acabando
de poner la ciudad en el mejor estado de defensa; reforzando baluartes,
ampliando los terraplenes de los glacis para proteger la muralla, cavando
trincheras e intentando reunir la mayor cantidad de víveres y munición que
podíamos; sabíamos que tarde o temprano vendrían los gabachos a por la ciudad,
era la mejor plaza fortificada de todo el Oeste, la cuña que se interponía
entre Soult en Sevilla, y Masséna, en Portugal.
Como joven oficial, era el
encargado de controlar la entrada y salida de la ciudad por la Puerta del Pilar, para ello
me dieron el mando de una pequeña tropa compuesta por un Sargento y diez
soldados bisoños. Nuestro cometido simplemente era el vigilar la entrada haciendo
recuento de las mercancías que entraban y salían, y dar parte de ello.
Ante las noticias del
asedio e inminente caída de Olivenza, Menacho había ordenado que toda la
población incapaz de ser útil a la defensa debía refugiarse en Elvas. Todos
aquellos que no podían sostener un fusil ni hacer vendas y tratar a heridos
fueron evacuados a través del puente de Palmas y veíamos como se alejaban hasta
perderlos de vista, no obstante continuaban llegando gentes que huían del
ejército francés.
Por la puerta del Pilar pasaban todas aquellas gentes que
llevando lo poco que podían tener a cuestas o en bestias y carros, llegaban por
decenas, por cientos. Ante esta situación nuestro coronel pidió órdenes al
comandante de la plaza, pues no sabíamos si podíamos dejarlos entrar. La
respuesta fue rápida. Los dejamos entrar a todos.
Esperábamos los envíos prometidos de trigo para la
guarnición, pues el pan era la prioridad en vistas del sitio; nos habíamos
librado del arduo trabajo de fortificación, pero lo cambiamos por el de casi
escribano; mi pequeña tropa no paraba de recordarlo.
-Señor, demos
gracias de que no estamos pala en mano, esta tarea es para niños.
-¿Y que sois
vosotros mozalbetes? Si ninguno pasáis de 16 años. Sargento, pare ese carro, vosotros dos, registradlo.
-Sí señor.
Y en esas estábamos cuando nos llegó un soldado en burro,
herido y magullado, juraría que era del regimiento de Trujillo, afirmando que
Olivenza había caído. Esto significaba que los franceses se dirigían a Badajoz,
rápidamente me dirigí al fuerte de Pardaleras y desde sus baluartes con mi
catalejo pude ver en el horizonte una nube humo, era Olivenza. El enemigo no
esperaría, y pronto nos las veríamos con su avanzadilla de caballería.
Rápidamente fui a informar a Menacho, comandante de la ciudad, que en esos
momentos se encontraba en una reunión con el Estado Mayor de la plaza, estaba
rodeado de altos oficiales y concentrado en unos mapas donde figuraba la disposición
de nuestras defensas, señalando con insistencia y preocupación el Fuerte de
Pardaleras y sus flancos, me cuadré delante de él, el sonido del taconazo de
mis botas, le hizo percatarse de mi presencia y alzó la vista; aún conservaba
aquella mirada de cuando logró introducirnos en Badajoz de madrugada, una
mirada que inspiraba seguridad y vitalidad.
-¿Si teniente?
-Mi general,
Olivenza ha caído, los franceses pueden atacarnos a voluntad.
Los oficiales presentes en la
estancia se miraron unos a otros con rostro turbado; Menacho, sin dejar de
mirarme, se limitó a decir:
-Bien, caballeros, este es el
momento que hemos aguardado durante meses, nuestra patria es ahora Badajoz, y
perderemos la vida antes que la plaza… ya conocen sus órdenes, diríjanse a sus
posiciones. Usted, coronel, salga con las guerrillas y den buena cuenta de las
avanzadillas que nos manden, quiero los cañones de la plaza disparando al menor
acercamiento.
Después de esto, los oficiales
presentes se cuadraron y abandonaron la sala a toda prisa, acto seguido agarró
su espada, se caló el bicornio del que hondeaban plumas escarlata y se dirigió
a toda velocidad hacia la puerta de la sala.
-Teniente, coja los mapas y sígame.
-A la orden.
Mientras caminábamos con prisa
por las calles de Badajoz hacia las murallas, las gentes nos miraban con
preocupación pero a la vez con confianza y optimismo, ya conocían a Menacho y
su espíritu de superación y resistencia, ya lo habían visto animar a civiles y
militares durante el refuerzo de la muralla, llegando incluso a tomar una pala
en más de una ocasión. Durante el cambio de un cañón en uno de los baluartes
hay gente que afirma haberlo visto ayudar a levantar el pesado tubo de hierro
con sus manos; ese tipo de detalles, nada frecuentes en los altos oficiales le
hicieron ganarse el favor de los pacenses, que se sentían seguros con él.
Al llegar al baluarte de San
Roque dejé los mapas encima de una mesa que tenían allí los artilleros mientras
Menacho se dirigía hacia una de las cañoneras catalejo en mano.
Al cabo de un rato llegaron al lugar Albo y Camaño, comandantes de
ingenieros y artillería respectivamente y la el resto de la plana mayor,
quienes informaron del estado de las defensas de la plaza. Mientras ellos
conversaban yo me dirigía al borde del baluarte y saqué mi catalejo, ya no
había nube de polvo, nuestras guerrillas de tiradores y el cañón de la plaza
los había alejado, pero aún podían escucharse disparos al otro lado del
Guadiana. El Sol se pondría en unas horas, mañana, o dentro de unos días estarían
ante las murallas de nuevo; y pensaba, pensaba en todo ¿lograríamos resistir?, ¿durante
cuánto tiempo?, ¿sobreviviremos a todo esto? Estaba absorto en mis pensamientos
cuando sonó el pífano que indicaba el cambio de guardia en el baluarte,
abandoné el lugar y me fui a descansar. La suerte estaba echada, habíamos
preparado la ciudad para esto desde hacía meses, teníamos a más de 5.000
hombres, las mejores murallas, el apoyo incondicional de toda la población y al
General Menacho que sin duda elevaba la moral de todos.
Recuerdo
que a la mañana siguiente todo seguía tranquilo, nuestro Coronel nos hizo
formar fuera de las murallas. Al poco vino nuestro general con las órdenes.
-Soldados, la plaza necesita
granos; nos han avisado de que en un molino hay varias fanegas de trigo
abandonadas por sus propietarios durante la huída. Hay que recuperarlas. Es
posible que nos encontremos con las avanzadillas francesas, nuestras brigadas
de caballería las han alejado, pero no sabemos dónde para su infantería,
municionad a la tropa, llevaremos carros y acémilas, partimos inmediatamente.
Tras
horas de marcha llegamos al molino. No había nadie, todo estaba desordenado,
sin duda sus habitantes habían huido con lo poco que tenían a toda prisa.
Nuestro
coronel fue tajante:
-No perdáis más tiempo, id al granero y
llevaos todo el trigo que encontréis. No sabemos por dónde paran los enemigos…
Logramos cargar todos los sacos
que encontramos, cuando di orden a un soldado de ir a asegurarse de ello. El
hombre se alejó corriendo al granero, apenas había traspasado la esquina del
molino cuando recibió un tiro en la cabeza, cayó muerto al suelo.
Con
espanto por los sesos desparramados de aquel hombre apenas acerté a gritar.
-¡A las armas! ¡En guerrilla! ¡Rápido!
Uno de
mis sargentos preguntó apretando los dientes:
-¿No se suponía que no había aún franceses?
-Se suponía que los habíamos alejado
¡agáchate! esto tiene que estar lleno de tiradores.
Nos
estaban lanzando un fuego graneado desde los olivares que rodeaban el molino
por el Sur, nosotros, combatiendo dispersos como ellos, les respondíamos.
Disparábamos a la humareda de sus fusiles, aún no habíamos visto sus chacos.
Su
fuego seguía cuando nuestro coronel dio orden de salir de allí. A mis hombres y
a mí nos encargó guardar el molino por un tiempo, para que los enemigos no nos
siguiesen.
Parece
ser que desistieron de tomar por la fuerza el molino y se retiraron tras una
media hora de tiroteo. Evacuamos a los heridos y marchamos a Badajoz.
Llegué
a la casa que me habían asignado, estaba cerca de la iglesia de la Concepción, sus propietarios
se habían prestado voluntariamente para acoger a oficiales durante la defensa
de la plaza; llamé a la puerta de madera y me abrió la señora de la casa, que
como de costumbre tenía un rosario en sus manos. Entré y me descubrí.
-Buenas noches Doña Carmen.
-Buenas noches, ¿cómo ha ido la jornada? Os noto
poco sereno.
-Sin duda sois observadora, os lo explicaré,
pero ahora cenemos.
Aquellas
gentes a las que meses atrás no conocía eran ahora mi familia, eran un
matrimonio con dos hijas. Estábamos todos reunidos en la mesa, a la luz de un
buen fuego y con comida caliente; era enero y eso se agradecía. Entonces el
padre comenzó a preguntarme:
-¿Qué ha hecho hoy teniente? Le noto cansado.
-Lo que hemos podido Don Jaime…
Las
hijas me miraban fijamente, deberían de tener 17 ó 18 años, la piel blanca,
ojos marrones, mejillas sonrosadas y pelo azabache, eran francamente hermosas.
Cuando de repente la mayor me pregunta:
-Se rumorea por la ciudad que los franceses
están al llegar, ¿es cierto?
-Así es Rosa, hoy ha legado un emisario,
probablemente mañana estarán aquí.
-¿Cree que podremos resistir teniente?
-Sin duda Don Jaime, Badajoz no es Olivenza,
no podrán tomar esta plaza tan rápidamente. No obstante y por su seguridad,
sería mejor que su familia abandonase la ciudad.
-¿Cómo? ¡Ni pensarlo! Nos quedaremos, ¿cree
usted que no conozco las historias de Zaragoza? Aún podemos ser útiles aquí…
-Como prefiera usted.
-Además, ya sabe que podemos recibir bien a
esos gabachos…
Decía
esto mientras señalaba un armario en el que guardaba sus armas de caza, no pude
sino esbozar una sonrisa.
Acabamos
de cenar, les di las buenas noches y me
retiré a mis aposentos en el piso superior, dejé el sable apoyado en la silla,
colgué el bicornio, me saqué las botas y me recosté en la cama. Continuaba con
mis pensamientos en el lecho hasta que me quedé dormido.
Me
despertó como siempre el pífano que anunciaba cambio de guardia. Me asomé al
balcón, la ciudad rebosaba vida, como siempre; sólo que esta vez había mas
tránsito de soldados de un lado a otro, de repente Rosa abre la puerta de la
habitación y me dice con una sonrisa.
-Buenos días soldadito.
-Buenos días mujercita.
-Ya puedes bajar a desayunar.
Me
vestí rápidamente, agarré mi sable y bajé a comer algo. Me despedí de aquella
familia y fui a la puerta del Pilar como de costumbre. Al llegar, mi pequeña
tropa bisoña ya estaba allí. Al poco de llegar avistaron un jinete con una
bandera blanca acercándose, llevaba una casaca verde, yelmo brillante del que
ondeaban crines de caballo, se trataba de un dragón francés. Formé a mi pequeña
tropa fuera de la puerta y me dispuse a darle el alto, aquel gabacho paró su
caballo y desmontó, se acercó a mí entre el tintineo de su sable, me saludó
militarmente y me dijo con notable acento:
-¿Quién ser mando en Badajoz? Debo entregar
carta de Soult.
-El Mariscal Menacho, ya le he mandado
llamar.
En ese
momento apareció él con un pequeño séquito de altos oficiales, el francés y yo
nos cuadramos, y este inclinando levemente la cabeza le ofreció una carta.
-De le Màrechal Soult
Menacho la cogió, después de leerla durante
unos instantes, nos miró fijamente y se dirigió a la pequeña mesa que teníamos
para apuntar los bagajes que pasaban por la puerta del Pilar; se inclinó en
ella, tomó pluma y papel y comenzó a escribir. Acabó pronto y acto seguido se
dirigió de nuevo al francés mientras doblaba la hoja.
-Tened, esta es la respuesta de Badajoz y de
su comandante para los enemigos de la
Patria, llevádsela a vuestro general.
El francés le miró desafiante e
incrédulo unos instantes, seguramente estaría pensando en Zaragoza y Gerona,
finalmente cogió la carta, se montó en su caballo y saludó para salir de allí
al trote.
El
general y todos los mandos presentes abandonaron la puerta. Mi pequeña tropa me
miraba en silencio.
-¿Qué va a pasar ahora teniente?
- Eso pronto lo sabremos mozalbetes.
Transcurrió
el resto de la mañana con la habitual rutina, pero cada hora se me tornaba una
eternidad, ardía en deseos de ver que estaba pasando, por lo que me tomé la
libertad de relegar el mando en el sargento y dirigirme hacia el fuerte de
Pardaleras. Allí me encontré con gran cantidad de artilleros y con los mismos
altos oficiales de esta mañana, cada uno con su catalejo oteando el cerro de
Reyes y las filas de casacas azules que comenzaban a aparecer lentamente.
Menacho estaba allí, señalando aquella loma y el espacio hasta el Guadiana.
-Señores, el enemigo está en una posición
favorable, pero muy distante para atacar. No debemos preocuparnos por el cerro
de reyes, pero sí de las trincheras que de el salgan. Para poder entrar en
Badajoz necesitan emplazar cerca sus cañones y destrozar nuestras murallas con
ellos ¿qué opina usted Camaño?
-Si pretenden abrir brecha deben emplazar sus
cañones a unos mil quinientos metros; a más de esa distancia no tendrían
potencia suficiente para destruir los muros, y a esa distancia, están a tiro de
nuestro baluartes. Nuestros cañones son de a 24 libras, los suyos
posiblemente serán piezas de campaña de a 12.
Con la
respuesta del comandante de artillería de la plaza los allí presentes nos miramos
seguros.
-Cierto. Por ello hay que evitar que emplacen
esa artillería, hay que atacar las trincheras que abran y destruir esos cañones
con apoyo de nuestras baterías desde la muralla; para ello, la posesión de este
fuerte es vital ¿lo han entendido? El fuerte de Pardaleras no debe caer.
Mientras
el Mariscal discutía con sus oficiales yo, catalejo en mano, oteaba la llanura
que se extendía al lado del Guadiana. Cual fue mi sorpresa, había gran cantidad
de franceses, que empezaban a abrir una trinchera fuera de nuestro alcance.
-¡Mi general! ¡Allí! ¡Mirad al lado del río!
En ese
momento todos los allí presentes apuntaron sus catalejos y vieron que el sitio
ya había comenzado, el enemigo cavaba una trinchera que se dirigía hacia las
murallas en diagonal. Entonces, Menacho se mantuvo pensativo unos instantes.
- Suponía que no tendrían agallas a lanzarse a traición con escalas,
están dispuestos a que esto les lleve meses. El enemigo atacará nuestros
baluartes a cañonazos e intentará cavar trincheras para poder acercarse y
asaltarnos sin ser dañado…quizá abran minas, hay que evitar que lo consigan.
Nuestras murallas son muy sólidas, pero hay que luchar fuera de ellas mientras
podamos. Coronel, reúna a sus hombres, puede que ahora sea suficiente con
cuatro batallones. A mi orden, ataque y destruya la trinchera. Dos escuadrones
de caballería saldrán de la puerta de Palmas y le apoyarán.
El
oficial se cuadró y se dispuso a obedecer las órdenes. En cuestión de minutos
empezaron a desembocar cientos de hombres por la puerta del Pilar, y se
formaron en las plazas de armas del camino cubierto, rápidamente las órdenes de
Menacho se cumplieron. Desde lo alto del fuerte se sacó su bicornio con plumas
escarlatas y lo movió hacia delante, dando orden de atacar
-¡Adelante regimiento del Príncipe, a por
ellos!
Los oficiales desenvainaron sus
sables y dieron la orden de avance, empezó a sonar el toque de carga, aquella
marea de hombres se alejaba a la carrera por momentos. No faltó tiempo hasta
oír las primeras descargas de fusilería, después, el asalto a las posiciones
francesas. Gran cantidad de ingenieros y trabajadores franceses huyeron de la
trinchera, y fueron alcanzados por la caballería, provocando una masacre, los
nuestros se retiraron rápidamente ante el previsible contraataque francés.
Menacho estuvo controlando toda la
operación desde Pardaleras, apartó por un momento el catalejo de su ojo, y
señalando aquella escaramuza dijo:
-Caballeros, esta operación debe llevarse a
cabo todos los días sin descanso, hay que salir y batirlos fuera para poder
destruir las trincheras y sus cañones. Debemos proteger en lo posible las
murallas.
Y
siguiendo las órdenes del comandante de la plaza esas operaciones se llevaron a
cabo cada día desde el inicio del sitio, en cada salida se turnaban los
regimientos que guarnecían la plaza; hasta que un día le tocó al mío…
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