viernes, 6 de abril de 2012

6 de abril de 1812





Este aparato de defensa, y la firme actitud de la guarnición, impresionaron sin duda a los asaltantes, que juzgaron necesario, para asegurar mejor el éxito, el ejecutar una tercera brecha en el cuerpo de la plaza. En consecuencia, el 6, al venir el día, dirigieron sus baterías contra las cortinas de los dos baluartes 6,7, e hicieron caer la mitad en doce horas de fuego. Al terminar la tarde, se hicieron en esta brecha los mismos trabajos que en las otras dos (1). El jefe de batallón Lurat recibió la orden de colocar una compañía de granaderos, que se había sacado imprudentemente del Castillo. Esta jornada fue la más mortífera; se peleó con encarnizamiento.

A cada momento nuestra situación se hacía más crítica y más alarmante, y, siguiendo un sistema adoptado con frecuencia se hubiera podido capitular. Lord
Wellington conocía la situación de la plaza, y quería obligar a la guarnición a someterse a discreción. El orgullo inglés había sido herido en los dos primeros asaltos y quería sentir una satisfacción; no requirió al gobernador como lo exigían la costumbre y las leyes de la guerra en las naciones civilizadas, y no ofreció ninguna especie de reconciliación. Aunque la guarnición estuviese bien persuadida que una más larga resistencia no la salvaría del doloroso porvenir que le estaba reservado (2), y que después de infructuosos esfuerzos, sin municiones y abrumada por el número, sucumbiría antes de recibir socorros, no permaneció menos resuelta a todo sacrificio antes que capitular. Redobló, pues, su celo y actividad para prolongar la defensa con todos los obstáculos que el valor y el arte podían oponer dispuesta a hacer pagar al enemigo, con la sangre de sus mejores soldados, la toma de una plaza de la que era imposible librarse. ¡Resolución heroica y que merecía ser coronada con el mejor éxito!
Todo estaba dispuesto para el asalto. Todavía quedaban 3.000 combatientes decididos. El amor a la patria y el profundo sentimiento de un odio nacional, aumentaban el deber de combatir y el deseo de vencer.
A las nueve y media de la noche, numerosa artillería lanzó sobre diversas partes de la ciudad una lluvia de proyectiles de todas clases (3). Al mismo tiempo la 3ª división, bajo las órdenes del general Picton, se aproximó al Rivillas para atacar el Castillo. Una viva fusilería se extendió entonces en la luneta de San Roque, en los baluartes 8,9 y en el Castillo. Mientras que una parte de esta columna hacía fuego sobre la luneta, la otra avanzaba por los caminos cubiertos y lanzaba escalas contra la escarpa del baluarte 7, operación tanto más fácil cuanto que el frente 8,9 no tenía contraescarpa, puesto que el foso y el terraplén del camino cubierto estaban en el mismo plano y las empalizadas rotas. 300 hessenianos, mandados por el jefe de batallón Weber, y los artilleros que ocupaban la muralla, sostuvieron vigorosamente el ataque. Las bombas que rodaron desde lo alto del parapeto obligaron a retirarse a los asaltantes; pero la luneta, que había sido atacada al mismo tiempo, fue escalada por la gola y tomada.
Apenas había transcurrido media hora cuando otras dos divisiones, bajo las órdenes del general Colville, desembocaron por el camino de Valverde y se lanzaron a las brechas; una noche muy oscura favorecida los aproches. Estas divisiones llegaron hasta el pie de los glacis sin ser percibidas; las cabezas de las columnas se arrojaron rápidamente a los fosos. Se escuchaba el ruido de las armas; de pronto se escuchó un grito: ¡Aquí están! ¡Aquí están! Los artificios preparados al pie de las brechas explotaron, abatiendo a laso asaltantes. Llenos de intrepidez y de valor se rehacían y volvían al asalto; pero nuestros brevos los recibían sin estremecerse; los rechazaban de nuevo, poniéndolos en gran desorden. Los muertos y los heridos se amontonaban en los fosos y en los glacis; el aire retumbaba de gritos de victoria; el éxito era seguro (4).
Durante esta lucha sangrienta y gloriosa para las dos partes, el gobernador, el general Veiland, los oficiales de Estado Mayor y una débil reserva estaban reunidos en la plaza (T), cerca del centro de los ataques, cuando de pronto un jefe de batallón de artillería, español, llamado Río, vino a anunciar que el enemigo penetraba por el baluarte 6. ¿Era posible creer esta noticia, después del tumulto que se escuchaba hacia este lado? El gobernador, queriendo asegurarse por él mismo corrió con el coronel de ingenieros; pero observó que los bravos que defendían este baluarte no se habían movido, y reconoció que esta falsa alarma era el efecto de un terror pánico que se había apoderado de este oficial en el momento de la explosión. Después de este incidente, el teniente de dragones Lavigne llego al galope, para anunciar que el enemigo había renovado el ataque al Castillo y que había escalado las murallas. La notica errónea que se había recibido poco antes hizo dudar de la exactitud de ésta; se resistía generalmente a creer en un revés que la situación de este castillo debía hacer mirar como imposible, y se perdió un tiempo precioso en esta perplejidad. El coronel del regimiento de Hesse, sobre el que se debía pensar, mandaba el Castillo. Este jefe no había enviado ningún aviso al gobernador; tenía varios oficiales a sus órdenes, por lo menos 80 hombres de su regimiento, 25 soldados franceses y un pequeño destacamento de artillería. Inmediatamente los generales Philippon y Veiland enviaron cuatro compañías del 88. °, la única reserva de poco más de 200 hombres que quedaba disponible. Pero la fortuna nos había abandonado; el enemigo, que se había hecho dueño del Castillo, tenía ya cerrada la puerta (U); la reserva, a la cabeza de la cual iba el ayudante de campo Saint-Vicent, llego demasiado tarde. Fue recibida por una descarga. Saint-Vicent cayó herido, así como los principales oficiales, y los soldados se dispersaron, después de haber hecho inútiles esfuerzos para recuperar el Castillo. Mientras esto ocurría, los genera les dieron la orden a dos compañías del 9.° ligero, que estaban en el baluarte numero l, de penetrar por la puerta situada en (V),que se suponía que estuviese abierta; pero por una equivocación y una fatalidad enojosa se dirigieron a las brechas, donde permanecieron inactivos. La pérdida inesperada del Castillo, que la guarnición miraba como su último reducto, y la dispersión de las cuatro compañías de reserva, quebranto súbitamente la moral de algunos oficiales, y el desorden empezó.
El enemigo, después de haber tomado la luneta de San Roque, atravesó el Rivillas, e intentando vanamente escalar el frente 8,9, había ganado a la derecha el recinto de las murallas hasta el punto (W), donde coloco una escala contra la escarpa y subió por una cañonera, a pesar de que esta escarpa tuviese buen revestimiento y con una altura de 20 pies En este momento la resistencia había disminuido; otras escalas se habían también lanzado y el Castillo quedo en poder del enemigo. Las tropas que lo defendían fueron pasadas a cuchillo. El jefe de batallón Schmalkalder, el ayudante mayor Schulz des Hessois y el capitán de artillería d’André Saint-Victor, perecieron. El coronel del regimiento de Hesses había sido herido ligeramente en la cabeza. Fue cogido por un oficial inglés, quien le intimido para enseñarle la puerta del Castillo, amenazándole con la muerte si no le obedecía. Cometió la falta de indicársela, sin seguir en estas circunstancias el ejemplo del caballero de Assas, mas fácil de admirar que de imitar.
Lord Wellington, enterado del desastre de las brechas, e ignorando lo que había ocurrido después, ordeno la retirada (5), cuando le comunican que el general Picton (6), a la cabeza de Ia 3.ª división, había escalado el Castillo. Fue debido a la sola audacia del general y a la falta de vigilancia o a la pusilanimidad de los que se opusieron a sus designios, a lo que debió lord Wellington un éxito inesperado: la entrega de Badajoz.
El coronamiento de Pardaleras había sido atacado al mismo tiempo que las brechas, por otra división. La guarnición de este fuerte se defendió con vigor y la obligo a retirarse, dejando igualmente los fosos y glacis sembrados de muertos y de heridos; no se rindió hasta la mañana del día siguiente.
A media noche un nuevo ataque tuvo lugar en el baluarte numero I: la 5.° división, bajo las órdenes del general Leith, avanzo sobre el ángulo saliente, franqueo la barrera del camino cubierto (X), que no había podido ser defendido por falta de soldados, descendió a los fosos, coloco escalas contra la cara izquierda (Z) del baluarte, y lo tomó por escalada, sin mucha oposición; el destacamento del 9.° que lo guardaba, habiendo sido mermado en sus dos terceras partes para intentar recuperar el Castillo por la puerta (V), no cedió hasta el último extremo, y la pérdida del enemigo en este ataque fue aun de 600 hombres. Cuando las primeras tropas del enemigo fueron formadas en el baluarte, el general Walker(7) se puso a la cabeza y siguió el recinto interior para situarse detrás de las brechas, extendiéndose por la ciudad hasta unirse a la 3.a división, que estaba en el Castillo, y todo se perdió (8) ..... En esta situación apurada, el gobernador no podía comunicarse con las tropas; la turbación y la incertidumbre se apoderaron de los espíritus; se fusilaba en las calles, se corría de aquí para allá en desorden; gritos de victoria y tristes gemidos se escuchaban; la confusión era enorme y la noche ayudaba todavía al horror de esta situación.
En medio de este desorden extremo, tal que la imaginación apenas puede representar, el gobernador y el general Veiland, que no se habían separado, reunieron unos 50 hombres y algunos soldados de caballería, con los cuales cruzaron la puerta de las Palmas. Por este medio, y a favor de la oscuridad, pudieron retirarse con la mayor parte de los oficiales del Estado Mayor al fuerte de San Cristóbal. Era entonces la una de la noche, Las tropas que defendían las brechas no se habían movido; pero abandonadas a ellas mismas, sin recibir ninguna orden (9), y viendo que el enemigo había penetrado en la plaza por los otros dos puntos, cesaron toda resistencia, destrozaron sus armas y se abandonaron a su destino (10). Algunos destacamentos se retiraron a Pardaleras y en diversas casas de la ciudad, donde continuaron defendiéndose hasta que el nuevo día apareció. Estos guerreros, cubiertos de sangre, abrumados por el número más que vencidos, cayeron poco a poco en poder de los asaltantes.
En fin; el 7, a las seis de la mañana, el gobernador se vio en la dura necesidad de rendirse. Hizo enarbolar un pañuelo blanco en la punta de una bayoneta, y se entrego a la discreción de los sitiadores con su estado mayor y algunos centenares de hombres que habían agotado todas sus municiones.
San Cristóbal, que les sirvió de último reducto, no tenía más que 30 granadas y no existía una sola ración de víveres. El enemigo encontró en la plaza alrededor de 12.000 libras de pólvora, 140 cañones y un equipaje de puente; no había ni bombas ni obuses de grueso calibre.
Así fue tomado Badajoz, después de tres sitios y por uno de los mayores azares. Este último, que diversas circunstancias lo hacen memorable, merecerá sin duda ser citado entre los hechos de armas más gloriosos. Esta plaza, ya célebre por los desastres que había soportado el afro anterior, no había sido todavía levantada de sus ruinas cuando fue embestida de nuevo; mal provista de municiones, no teniendo más que obras imperfectas y una guarnición insuficiente, fue preciso reunir y organizar en poco tiempo medios de defensa para resistir todo el ejército anglo portugués, aprovisionado de un material considerable, dueño de las comunicaciones y ayudado por los habitantes del país. En esta situación desfavorable, el éxito de una lucha tan desigual, dependía principalmente de la rapidez de los preparativos y de los resortes del arte, para darle propiedades sin las cuales el valor no puede nada contra el número. Así nos es permitido decir que la habilidad no contribuyo menos que el valor de las tropas a prolongar esta defensa, que duro veintiún días y ocasiono al enemigo pérdidas excesivas.
Tales eran los obstáculos, que los asaltantes no pudieron penetrar por las brechas, a pesar del valor y los esfuerzos reiterados de sus tropas de élite. Así la pérdida de Badajoz, repitámoslo con decisión, no fue debida más que a la pusilanimidad de aquellos que defendían el Castillo, y apoyaremos esta opinión en un hecho que nos suministra una de las épocas más memorables de la historia de Francia; él pondrá a nuestros lectores en situación de enjuiciar acerca de esta deplorable catástrate (11).
"En 1590, en tiempo de la Liga y del sitio de Paris, Châtillon fue encargado por el rey de sorprender esta capital. Llego a las once de la noche al barrio de Saint-Jacques, a la »proximidad de los muros de Santa Genoveva. Como todo el »mundo, hasta los prelados y religiosos montaban la guardia; ·los jesuitas estaban en este lado, que se hallaba en la vecindad de su colegio. Al oír algunos ruidos dieron la voz de alarma. Los paisanos acudían al parapeto. Châtillon hace alto »y ordena a sus gentes que guarden profundo silencio. los parisinos, al no oír mas ruidos, creyeron que era una falsa alarma y se retiraron a sus casas. A las cuatro de la mañana Châtillon hace descender sus tropas al foso; ganan el pie de la »muralla sin ser percibidos; aplican siete u ocho escalas, justamente en el momento en que dos jesuitas estaban de guardia, y donde uno de ellos estaba de centinela con N. Nivelle, librero, y G. Baldeu, abogado. A la vista del primer soldado que apareció en lo alto de la escala, el jesuita grito a las armas, y dirigiéndose hacia él, le golpeo en la cabeza con su alabarda, arrojándolo al foso. Otros tres saltan también sobre »el parapeto, y son lanzados por el jesuita, secundado por el librero y el abogado. Los cuerpos de guardia vecinos acudían de todas partes; se arrojaban haces de paja alumbrando los fosos; en poco tiempo las murallas se cubrieron de defensores. Châtillon, viendo que no tenía esperanzas de rechazarlos, hizo tocar retirada; y los que lo acompañaban se »vieron obligados a retirarse con él."
El lector dirá sin duda con nosotros, que si entre los defensores del Castillo se hubieran encontrado tres valientes como el jesuita, el abogado y el librero, Badajoz no hubiese sido tomado en la noche del 6 al 7 de abril, y los ingleses seguramente hubiesen perdido, por tercera vez, el fruto de los deseos más grandes de su general en jefe.
Es así que la mayor parte de los acontecimientos no obedecen más que a causas muy simples, y no son a menudo más que el efecto del azar o del poder invencible de la fatalidad, que triunfa de todos los esfuerzos de los hombres.
El mariscal Soult, que había reunido al 5. ° cuerpo todas cuantas tropas había disponibles en Andalucía, avanzaba al socorro de la plaza; no se hallaba más que a dos jornadas de marcha cuando supo que había sucumbido. EI ejército de Portugal, sin la ayuda del cual hubiese sido imposible obligar a los ingleses a levantar el sitio, se había puesto también en marcha para realizar una diversión; pero el desacuerdo que reinaba entonces entre los movimientos de los ejércitos franceses en la península, fue todavía una de las causas que con tribuyeron a este accidente desgraciado.
Las tristes consecuencias que resultaron dela recuperación de Badajoz se extendieron principalmente sobre los habitantes. Esta ciudad, que sostuvo cuatro sitios en quince meses, fue en este último pasada a saco, vio caer muchos de sus edificios y de sus templos, y perecer una gran parte de su población. Los asaltantes mancharon la blancura de su brillante historia con excesos de licencia y de barbarie, que debían estar prescritos en una guerra como aquella; expoliaron los habitantes con violencia, como si hubiesen sido sus enemigos.
Pocas ciudades tomadas por asalto han presentado un espectáculo de devastación más horroroso. El jefe de batallón Nieto, el capitán Romero, los tenientes Gambari, Olize, Guevara y algunos soldados españoles al servicio del rey José, que se habían rendido a los sitiadores, fueron entregados a los partidarios de Fernando VII y fusilados al instante. El capitán de artillería Fariñas, que conocía mejor sus enemigos, se colocó delante de la boca de un mortero, puso fuego y se hizo saltar.


Notas
(1) El jefe de batallón l’Espagnol había hecho fabricar barriles incendiarios en grandes toneles rellenos de paja embreada, de pólvora y de granadas, y los hizo disponer sobre las brechas con un cierto número de gruesas bombas cargadas.
(2) La Europa conocía la barbarie con que los ingleses trataban a sus prisioneros.
(3) Los sitiadores tenían en batería 16 cañones de 24, 20 de 18 y 16 de obuses o morteros; total, 52 bocas de fuego.
(4) El director de las fortificaciones había hecho disponer al pie de los muros de las contraescarpas, delante de las brechas, algunos barriles incendiarios y 60 bombas cargadas, de 14 pulgadas de diámetro, espaciadas dos varas las unas de las otras, en forma de rosario y cubiertas de cuatro pulgadas de tierra. Salchichones de pólvora colocados entre tejas arrancadas de los canalones unían estas bombas y estaban destinadas a comunicar el fuego para hacerlas saltar.
El teniente de minadores Mailhet, que había sido encargado de estos preparativos, escogió con sangre fría el instante oportuno; puso fuego a estas especies de minas, cuando los asaltantes atravesaban los fosos para franquear las brechas. La explosión causó los mayores estragos; el fuego que hizo explotar el rosario de bombas y los barriles incendiarios, con un ruido parecido al del trueno, hacía temblar el suelo, iluminaba el horizonte y ofrecía un espectáculo espantoso. Durante esta explosión 700 hombres, pertrechados de tres fusiles cada uno, tiraron a quema ropa a los ingleses, que no podían salir de los fosos para huir; más de 3.000 fueron muertos o heridos en estos fosos o en los caminos cubiertos. Las tropas que defendían las brechas no tuvieron más que 20 hombres fuera de combate, pero perdieron al bravo Mailhet, que fue alcanzado de una explosión de bomba en el brazo y murió a consecuencia de su herida.
EL conde de Liverpool, secretario de Estado, escribía a lord-maire de Londres, el 23 de abril de 1812, que las pérdidas de los sitiadores en los asaltos habían sido de 3.600 hombres, de ellos 264 oficiales y cinco generales. Lord Wellington, en un informe a su Gobierno en 8 de abril del mismo año, evalúa sus pérdidas totales en 4.895 hombres, de ellos 378 oficiales. El diario del sitio acusa 4.924, de ellos 3.661 en la noche del 6 al 7; pero en definitiva, las noticias tomadas en el lugar del asalto y en Inglaterra nos autorizan a decir que la pérdida total de los sitiadores fue de más de 6.000 hombres.
He aquí cómo expresa, en esta ocasión, el teniente coronel de ingenieros inglés John T. Jones en el diario del sitio, página 187:
“Probablemente, después del descubrimiento de la pólvora de cañón, jamás hombre alguno había sido seriamente expuesto a sus peligrosos efectos que los que se encontraban acantonados en el foso durante esta noche. Varios miles de bombas y de granadas, una gran cantidad de sacos llenos de pólvora, artificios y toda clase de proyectiles destructores, habían sido preparados y colocados detrás de los parapetos del frente, en toda su extensión. Nuestros soldados, colocados bajo un fuego muy vivo de fusil, fueron sin interrupción cayendo en los fosos durante más de dos horas. El fuego de todos estos artificios y bombas, que daba a toda la superficie de los fosos el aspecto de un volcán, producía accidentalmente gavillas de llamas de una luz más viva que la del día, que bien pronto era seguida de una oscuridad profunda. Es imposible describir esta escena horrible, y se debe admirar los hombres que permanecían firmes en medio de esta destrucción. Las puertas de la victoria estaban sin duda abiertas; pero estaban tan cuidadosamente guardadas, sus aproches estaban totalmente sembrados de dificultades y peligros y la ocuparon en general ofrecía al espíritu imágenes tan terribles, que parecía sobrehumano luchar contra estos obstáculos, si bien que, lejos de pensar que las tropas se resistían a vencerlos, se debe mirar como un motivo de orgullo y de gloria para ellas el haber intentado tornarlas.””
El desgraciado éxito de los ingleses en las brechas obedece, sin con tradición, a los obstáculos insuperables que les fueron opuestos y al buen espíritu de las tropas que las defendían, pero se puede también atribuir a las malas disposiciones del ataque. En efecto, ¿cuál es el militar, por poco que sepa de teoría y de experiencia de los sitios, que no diga que dar QI asalto a las brechas del cuerpo de la plaza antes de haber destruirlo la contraescarpa y haber tomado alojamientos sobre los glacis no sea el empeño mas azaroso y mas inconsiderado que pueda hacer un sitiador? Los asaltantes de las brechas fueron aniquilados porque debían serlo.
(5) Este hecho aparece en el diario del sitio inglés, página I77.
(6) Muerto en la batalla de Waterloo.
(7) El general Walker fue gravemente herido y hecho prisionero.
(8) El batallón del 28.° que guardaba los baluartes 3, 4 tenía la orden, así como todas las tropas que se hallaban en el parapeto, de apoyar a derecha e izquierda, según el caso, para rechazarlos asaltantes; pero no hizo ningún movimiento para socorrer el baluarte l. Quizás lo hiciese por un falso cálculo inspirado por el egoísmo, de donde resulta que el interesarse menos por la seguridad de sus vecinos que por la propia seguridad, induce casi siempre a la pérdida de todo. Tan pronto como el enemigo fue dueño del baluarte l, avanzo a lo largo del parapeto para situarse de retaguardia de las b echas; pero encontró el 28.° y el 58°, mandados por el capitán de granaderos Malbeste, y se entablo un combate cuerpo a cuerpo sobre el terraplén del baluarte 3, 4. Estas tropas consiguieron rechazar las inglesas hasta el baluarte I. Sordos a la voz del general Walker, que hacia los mayores esfuerzos para obligarlos a avanzar, se sintieron un momento presa del terror y huían sin combatir. La fortuna parecía volver hacia nosotros, pero más tropas que estaban ya formadas en el baluarte numero l destruyeron la acción de los dos batallones, cuyo efectivo no se elevaba en conjunto a mas de 400 hombres.
(9) El capitán De Grasse fue enviado por el gobernador para avisar a las tropas, pero este oficial no pudo acercarse a ellas.
(10) Las brechas habían sido abandonadas cuando la 4.ª división tuvo aviso del movimiento del general Leith, que se situó delante para tranquearlas.
(11) Debemos, por tanto, añadir que la insuficiencia de la guarnición fue también una causa de las pérdidas de esta plaza. No había sido nunca de menos de 4.000 combatientes y estaba reducida a menos de 3.000 en el momento del asalto. Su desarrollo y sus obras exteriores necesitaban una fuerza de 7.000 hombres. El duque de Dalmacia batió a Mendizábal y tomo Badajoz con un cuerpo de ejército que no excedía de más de ll.000 hombres. La guarnición española era entonces de 9.000 combatientes, de los que 7.880 fueron hechos prisioneros.

3 Opiniones:

M.M. Bennetts dijo...

[I hope you can read this...] It seems criminal to me that the bicentenary of the Storming of Badajoz is being ignored here in the UK. So many brave men lost. So many innocent lives sacrificed. But the way was then opened for the Allies to drive the French from Spain...

Unknown dijo...

I think it's just as criminal that it's ignored here in Spain. But then again last summer was the 75th anniversary of the Massacre of Badajoz during the civil war and it was equally ignored. But that's Extremadura for you.

becerro dijo...

Primero felicitaros por la página. Magnífico el trabajo que estáis haciendo.
Por otra parte, hoy mismo he visto los dioramas que se exponen en el museo de la ciudad. que maravilla.

Lo único que en mi opinión oscurece esta fecha, fue la masacre de la población a manos de nuestros "aliados".

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