Título: Relación de los Sitios y defensas de Olivenza, Badajoz y Campomayor 1811-1812
Autor: Coronel Lamare Traducción: Enrique Segura Otaño
Editorial: Diputación de Badajoz 1981 , Fascimil de la 1º edición, Badajoz 1934
*Sinopsis:
La obra que hemos traducido(E.Segura) está firmada por <Colonel L****> . Se editó en Paris el año 1825 y su autor es el jefe de ingenieros militares, francés, Lamare. Cuando los franceses sitiaron la plaza de Badajoz, Lamare, a la muerte de su valeroso compañero Cazin, lo sustituyó en la dirección de las obras de la defensa; era entonces, jefe de batallón.
Más que una historia, es una recopilación del diario de operaciones de un ingeniero militar. Día a día sabemos los metros de ramal o trinchera abierta, el número de trabajadores, los nombres de los jefes y oficiales de servicio. Es ordenado y detallista en su narración, como buen francés; pero apenas habla de los soldados y oficiales de otras armas, reducido a su labor profesional y al espíritu de Cuerpo. En una ocasión, censura a los artilleros por haber disparado sus piezas contra los habitantes de la ciudad, en vez de dirigirlas a desmontar las baterías enemigas, y más aún cuando escaseaban municiones. Anotaba todos los elogios que el general en jefe, dirige a los oficiales de ingenieros. Gómez Arteche, en la relación del sitio de Badajoz por los ejércitos aliados, cuando la reconquista de la plaza, sigue muy de cerca a este autor. Copia largos párrafos, traducidos con excesiva libertad, y otras veces hace suyos los juicios de Lamare, sin nombrarlo.
Lamare, justamente, es un apasionado de su país. Los franceses, durante los sitios, se portaron como héroes; nosotros anduvimos reacios, torpes y hasta pusilánimes. A Mendizábal, con motivo de la desgraciada batalla del Gévora, lo critica duramente, aunque algunos de sus razonamientos nos parezcan fundados. Lord Wellington tampoco le da lugar a juicios mejores, y sin embargo procura siempre, sin conseguirlo a veces, conservar cierta serenidad objetiva, tan necesaria en todo historiador.
Este ingeniero militar francés, cumplió su misión a conciencia. Lo demuestran los planos que reproduce el libro, el claro conocimiento de toda la fortificación de la ciudad, las obras de aproche ordenadas y, esa meticulosidad y cuidado con que anota los incidentes diarios de los sitios. Después de los rigores de toda la campaña de nuestro país, lejos de su patria, Lamare se instala en París, donde vive ya del pasado. Aquel montón de notas, cargadas de recuerdos, le incita a seguir las huellas evocadoras de su conciencia. Piensa, que pueden ser útiles a sus compañeros las enseñanazas de la guerra, sobre todo en aquella época, y los incidentes de las plazas sitiadas, tan en boga: y confesando sus escasas dotes literarias, se dispone a dar a la estampa estas páginas evocadoras de sus actividades bélicas, que ha redactado con discreción detallista, ordenada, sin poder evadirse de sí mismo y aun menos de su nacionalidad.
Lamare es un modelo de ingeniero militar educado en la escuela de Vauban, entre aquellos oficiales creados a la sombra de Napoleón, culto, estudioso y trabajador, que sin alcanzar altitudes de vuelo reservadas al héroe, escondido en sus límites, en la guerra y en la paz, cumplió con su deber.
Más que una historia, es una recopilación del diario de operaciones de un ingeniero militar. Día a día sabemos los metros de ramal o trinchera abierta, el número de trabajadores, los nombres de los jefes y oficiales de servicio. Es ordenado y detallista en su narración, como buen francés; pero apenas habla de los soldados y oficiales de otras armas, reducido a su labor profesional y al espíritu de Cuerpo. En una ocasión, censura a los artilleros por haber disparado sus piezas contra los habitantes de la ciudad, en vez de dirigirlas a desmontar las baterías enemigas, y más aún cuando escaseaban municiones. Anotaba todos los elogios que el general en jefe, dirige a los oficiales de ingenieros. Gómez Arteche, en la relación del sitio de Badajoz por los ejércitos aliados, cuando la reconquista de la plaza, sigue muy de cerca a este autor. Copia largos párrafos, traducidos con excesiva libertad, y otras veces hace suyos los juicios de Lamare, sin nombrarlo.
Lamare, justamente, es un apasionado de su país. Los franceses, durante los sitios, se portaron como héroes; nosotros anduvimos reacios, torpes y hasta pusilánimes. A Mendizábal, con motivo de la desgraciada batalla del Gévora, lo critica duramente, aunque algunos de sus razonamientos nos parezcan fundados. Lord Wellington tampoco le da lugar a juicios mejores, y sin embargo procura siempre, sin conseguirlo a veces, conservar cierta serenidad objetiva, tan necesaria en todo historiador.
Este ingeniero militar francés, cumplió su misión a conciencia. Lo demuestran los planos que reproduce el libro, el claro conocimiento de toda la fortificación de la ciudad, las obras de aproche ordenadas y, esa meticulosidad y cuidado con que anota los incidentes diarios de los sitios. Después de los rigores de toda la campaña de nuestro país, lejos de su patria, Lamare se instala en París, donde vive ya del pasado. Aquel montón de notas, cargadas de recuerdos, le incita a seguir las huellas evocadoras de su conciencia. Piensa, que pueden ser útiles a sus compañeros las enseñanazas de la guerra, sobre todo en aquella época, y los incidentes de las plazas sitiadas, tan en boga: y confesando sus escasas dotes literarias, se dispone a dar a la estampa estas páginas evocadoras de sus actividades bélicas, que ha redactado con discreción detallista, ordenada, sin poder evadirse de sí mismo y aun menos de su nacionalidad.
Lamare es un modelo de ingeniero militar educado en la escuela de Vauban, entre aquellos oficiales creados a la sombra de Napoleón, culto, estudioso y trabajador, que sin alcanzar altitudes de vuelo reservadas al héroe, escondido en sus límites, en la guerra y en la paz, cumplió con su deber.
*Texto sacado de la introducción del propio libro que hace Enrique Segura Otaño
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